Ciclone 19 0 vs 0 Southowns
Primer sábado de liga y la fiesta comenzó temprano en las
inmediaciones de Güemes y Ceferino Gómez, los trapos azules y marrones colgaban
de las ventanas y en los postes de luz como lo hicieran en el siglo pasado, los
puestos de comidas ya se armaban y los locales que no tienen nada que ver con
el fútbol, ni siquiera se molestaron en abrir, excepto uno.
La Zapatería Baroletti, como todos los sábados en los que
hay partido del Ciclone, abrió sus puertas de par en par, encendió las máquinas
del taller y tuvo en la sonrisa enmarcada en el frondoso bigote blanco de
Robertino Baroletti la señal de que había fútbol en González, de que volvían
Los Tanos a pisar el verde césped. Obviamente sin saber lo que iba a suceder a
partir de las cuatro de la tarde me detuve a saludar a Robertino como hacía
mucho, él y su esposa Beatriz siempre fueron muy gentiles con todos los que por
algún motivo nos acercamos a la cancha de Ciclone o a alguno de sus jugadores,
y nunca está de más agradecer los gestos bienintencionados.
No puedo asegurar que la cancha estuviera con más gente de
lo que es habitual, los datos de la venta de entradas no fueron suministrados,
pero se percibía en el ambiente una densidad de población superior a la que
recordaba, sobre todo en partidos del Southowns, un equipo nuevo que apenas es
acompañado por los familiares de los futbolistas y algún allegado. Quizás la
ansiedad, la misma que me hizo mirar el reloj en el celular a las 16:01 ya
impaciente, apenas tres minutos antes de que comenzara a rodar la pelota, haya
sido la culpable.
Sorpresivamente para todos el equipo visitante salió
decidido a atacar, Harada, McConnel y Letamendi manejaban a gusto y placer el
ritmo del juego y el mediocampo del San Cristóbal. Los primeros minutos fueron
de especulación y estudio mutuo, pero con la pelota siempre en poder de los de
rojo (¿es rojo el color de esa camiseta?). El primer remate de “los de la Play”
se fue desviado a los dieciocho del primer tiempo, Ismael Moyano corrigió
cuestiones urgentes en sus compañeros de defensa y Baroletti se limitó a
acomodar la pelota para pegarle fuerte y alto buscando que se pierda en el sol
para después caer en el pecho de Crase, que no pudo controlar con precisión y
volvió a entregar la posesión del útil al rival. El primer tiempo no tuvo más
que alguna corrida de Letamendi por un lado, y al propio Crase peleando con la
numerosa y férrea defensa del Southowns sin fruto destacable. El silbatazo del
juez del match para indicarnos que teníamos quince minutos para pagar,
encargar, esperar y empezar a comer el choripán religioso de la cancha casi que
fue un alivio.
La segunda parte, con el estómago activo y las expectativas
renovadas se inició con un tiro de Guillermo Rizzutti que pretendió sorprender
a Baroletti, pero que el “uno” de Ciclone sacó sin demasiada dificultad por
arriba del travesaño, el córner que siguió cronológicamente al disparo de
Rizzutti también murió en las manos del joven portero. Agustín Baroletti tuvo
otras tres intervenciones claras en el transcurso del complemento: un mano a
mano contra Martín Lacamer que amortiguó con su pecho para arrojarse después
sobre el balón, un anticipo en el primer palo tras un centro rasante de Mateo
Novillo que se había ido al ataque y la más espectacular, una tapada a mano
cambiada cerca de su ángulo superior derecho tras un tiro libre impecable de
Lihué Medina (cuándo no). La actuación del “chino” Harada (Southowns) era lo
más sobresaliente además de las tapadas del guardameta local, llevando a su
equipo cerca del área grande de Ciclone y tratando de encontrarse con sus
delanteros, que no tuvieron una gran tarde.
Ya en tiempo cumplido (incluídos los tres que había
adicionado el referí por los seis cambios) Genaro Vidal (que había reemplazado
a Lacamer) se metió en el área y cuando estaba a punto de rematar para darle la
victoria a su escuadra un apresurado Donato Ramos lo bajó de atrás sin ninguna
intención (ni posibilidad) de llegar a la pelota: penal para Southowns.
Juan Carlos Harada tomó el balón y lo acomodó en un
movimiento en el punto que se ubica a doce pasos (eso dicen) de la línea de meta, miró a Agustín Baroletti
a los ojos y parado recto a la pelota comenzó su carrera hacia la pelota, llegó
pesado al último paso previo al remate, abrió su talentoso pie derecho y
disparó a la izquierda del arquero. Agustín Baroletti ya volaba con ese mismo
destino, buscando con las dos manos la Nassau
que se aproximaba mansamente a sus guantes. “Lo atajó!” le gritó en el oído
la señora que cobra en la cantina de Ciclone al parrillero que no había querido
ver y estaba apoyado en la mesa donde se corta el pan (bueno, y los chorizos y
todo lo que haya que cortar), la parcialidad local explotó en un solo grito que
hizo que el pitido del final del encuentro apenas se escuchase.
Fue cero a cero, nadie pudo disfrutar mucho de este primer
partido, bueno casi nadie. Cuando salí del San Cristóbal pensé en Baroletti, ¡qué
tarde había tenido! A pedir suyo. Un sábado de sol, una tarde con movimiento,
un encuentro de fútbol en su barrio y lo más importante: los mates post partido
con su hijo Agustín, el héroe del equipo de su corazón.
Matías Batallini
Matías Batallini
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