jueves, 26 de marzo de 2020

"Monaguillo" a pie firme


San Borombón 1 vs 0 Islander Port


El domingo volví a General González tras quince años de ausencia. La verdad pensé en no volver jamás. No es que me haya ido herido o enojado con el pueblo, en realidad creía que González ya no tenía nada más para mi. 

Mi amigo, el mosca, me fue a buscar a la estación. Me dio un abrazo muy fraternal y revoleó mi bolso dentro de su chata polvorienta. Mientras trataba de ponerse al día de su vida y la vida del pueblo, no paraba de palmearme la espalda. Él parecía feliz con mi regreso y yo no sabía aún que sentir. Pensé que íbamos para su casa pero enfiló para otro lado. Estaba un poco desorientado, creo que es válido luego de tantos años de ausencia, pero más o menos recordaba donde estábamos y hacia donde deberíamos ir.

Efectivamente no íbamos para su casa. Me dí cuenta cuando estacionó en la playa de la cancha de San Borombón, el equipo de sus amores. "Nueva Estancia La Coruña" decía despintada la pared que sostenía la popular. Lo miré perplejo mientras trataba de bajar de la camioneta.

- ¡Juega el Monaguillo, papá! -gritó agitando sus brazos y otra vez volvió a tener trece años.

Entramos en la cancha a puro tumulto. Los cantitos, las banderas y la pirotecnia pintaban aquella tarde de domingo que parecía recién empezar.

Mientras nos sentábamos sobre los tablones de madera, el Mosca me decía que San Borombón jugaba "contra los putos ingleses de Islander Port". El que no Salta es un Inglés, cantaba la muchachada. Y yo también. 

Los capitanes se saludaron y se intercambiaron banderines, y yo pensaba que había venido para los festejos del cumpleaños número 40 del Mosca. Se lo dije.

- Eso es a la noche, Nacho. -me respondió por sobre los gritos de la hinchada. 

El primer tiempo fue bastante intrascendente, casi ni patearon al arco pero eso sí, en el medio campo se cagaron bien a patadas. El arbitro, un tal Trucco, parecía que iba a ser operado de cataratas en breve. No veía nada el malnacido.

En el entretiempo el Mosca desapareció y me indicó que lo esperara sentado, que ya venía. En su ausencia yo me puse a pensar qué carajo hacía acá. Había prometido no volver nunca más. Al partir había dejado atrás un telegrama de despido, una novia de la infancia que se casó con otro y demasiados sueños truncos.

De repente apareció el Mosca. Al volver lo hizo con una hamburguesa en cada mano:

- No me alcanzó para la coca.

Miré con desconfianza el sándwich pero al darle el primer bocado ahuyenté todos mis miedos. Era exquisita, la más rica que había probado en mi vida. Apenas tenía queso entre un crocante pan francés. Le agradecí el almuerzo al Mosca. 

El segundo tiempo empezó con un poco más de esperanza. El 10 Monaguillo, un tal Mori, tenía un guante en su zurda. Su primer disparo al arco hizo vibrar el travesaño. A partir de allí fue un partido bastante entretenido. El local atacaba por las bandas e intentaba llegar al arco para convertir y quedarse con los 3 primeros puntos. 

Cuando faltaban 7 minutos para la culminación del partido, este tal Mori, petiso y melenudo, recibió la pelota en el círculo central. Con un firulete imposible, se sacó al 3 y al 10 de ellos de encima. Y enfiló derechito al arco como si fuera un exocet en Malvinas. Gambeteó a uno, a dos, a tres y vio al guardameta adelantado y se la picó con una suavidad pasmosa. Gol del Monaguillo.

El Mosca me abrazó y me zamarreó de lo lindo estirándome toda la remera. Gritó al cielo y se persignó. 

La hinchada no paró de gritar y alentar hasta el final del partido. El árbitro pitó el final y el estadio estalló. Papelitos y cintas volaban en el cielo de General Gonzalez. 

Mientras salíamos de la cancha me emocioné. No por el resultado ni siquiera por el partido. Me conmoví recordando al Mosca, aquella noche de martes tomándose el mismo tren que me tomé yo hacía unos años para escaparme de estos pagos. El tipo se fue con sus últimos ahorros y pidiendo el día en su trabajo para estar al lado mío en el entierro de mi viejo.

 ¿Cómo puedo decirle que no a este tipo? ¿Cómo puedo decirle que estoy cansado cuando me dice con la sonrisa llena de dientes "dale, Nachito, vamos a preparar todo para mi cumple"?

Nacho L.

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