jueves, 26 de marzo de 2020

Volver

Por Juan Gabriel Paz, para “Goleada informativa”, FM MolinoTorneo de Segunda DivisiónFederación Agropecuaria 0: Belzaguy; Azcona, Di Giorgio, Jakov, Farías; Gorostiaga (Sanfelipe), Montiel, Báez (Suárez), Figueredo; Godoy y Elichiri (Napolitano). DT Proterio.
Deportivo Malvinas 0: Roldán; Ayala, Grenat, Muñoz (Stronatti); Serbelloni, Tejera; Hernández, De las Peras (Bedoya), Sikorski; Montinari (Arias) y Uscovich. DT Higueras.  Árbitro: Costantini, Muy Bien.Estadio “Presidente Raúl Alfonsín”, Regular.Hora de inicio: 16.04


    Volver a una cancha de fútbol, después de tantos años, no me resultó sencillo. Quince años dedicados a la actividad agropecuaria, sumados al vicio de la literatura, me alejaron de ese ámbito que me hizo feliz durante cuatro décadas. Ahora que el pasto es solo para las vacas, imaginar las líneas de cal, las tribunas, resulta algo desacostumbrado. Después de un par de negativas, el pedido de mi amigo Hilario me devolvió a ese espacio donde se puede experimentar la paradoja de ser libre aunque se esté rodeado por un alambrado.
    Mi ingenuidad, y mi soberbia, digno es reconocerlo, me hicieron creer que sería destacado para narrar el puntapié inicial de San Borombón, o de San Isidro. La sorpresa estaba en el camino de acceso al pueblo, al cual ni siquiera tuve que entrar. El “Doctor Raúl Alfonsín” me recibía treinta años después, como aquellas tardes de domingo, en el ocaso de mi carrera, cuando pudimos dar la vuelta, con Chichilo, Gómez, el Zurdo y toda la banda, esa que se animó a soñar.
    Escalar los peldaños de la tribuna “Democracia” costó más de lo esperado, no solo por las dificultades de mis maltrechas rodillas (“al fútbol lo pagarás de viejo”, decía mi abuelo, y no se equivocaba) sino también por la sucesión de saludos y bienvenidas de mis antiguos compañeros, fieles espectadores del naranja, que llenan sus tardes dominicales acompañados por hijos y nietos en la cancha que los vio crecer. A cada escalón un bienvenido, cómo le va Paz, tantos años, cómo estuvo la cosecha, este es el señor que hizo ese gol que te conté, en cancha del Decano y un cosquilleo en el estómago.
    El partido ya se volvía para mí una excusa. Los comentarios me anoticiaban de un plantel local sin experiencia, con varios debutantes y un retorno: Marcos Figueredo. El enganche regresaba a su casa, luego de desplegar su jerarquía en Primera División (recuerdo la tapa del diario deportivo el lunes posterior a su golazo a Boca, en la Bombonera, para darle la victoria a Racing) y en el Milan. Rayo Vallecano, Oviedo, en el ascenso español; Atlético Tucumán, en la “B” Nacional; y luego San Telmo, en la “B” Metro, le explicaron que ya era hora de retornar al terruño. Poco pudo hacer el diez, aunque en sus contadas participaciones pudo demostrar que los años se llevan velocidad y explosión, pero no ductilidad en el pie, que acaricia la pelota y la hace sentir mimada.
    En el otro campo, el rayado que nunca escatima esfuerzo y sudor. Bien podrían los pibes dejar el “Fitzgerald” y mudarse a “San Mamés”. Pueden carecer de buen juego (aunque Tejera y Sikorski prometen) pero nunca te dejarán a pata, me dice Galletti, mientras me ceba un mate, como en las previas de aquellos duelos con el verde o con los monaguillos, cuando nuestro equipo supo colarse entre los grandes y ser tapa del suplemento deportivo de “Atalaya”.
    Del juego poco puede decirse, si el terreno de juego no ayuda y la temperatura sofoca. El local intentó y no pudo. La visita se animó, pero no encontró cómo. Para destacar un cabezazo de Azcona en el travesaño y una volea del “Pitu” Montinari, no tan cerca como mis ganas de llenar estas líneas quisieran. Hay que destacar que, a pesar de las adversidades del contexto, ambas escuadras se brindaron para que el par de centenas de espectadores no regresaran a sus casas defraudados. Serbelloni supo neutralizar los intentos de Figueredo (correr y marcar también es jugar al fútbol, mal que nos pese); Montinari nos regaló varias corridas por la banda izquierda que levantaron, aún más, la temperatura de la jornada. Las manos firmes del “Colo” Belzaguy atenuaron las esperanzas de los centros visitantes; y las gambetas frustradas de Elichiri justificaron su sustitución y encomendaron trabajo para la semana al técnico Proterio. “No supimos manejar la pelota con criterio, nos faltó claridad en los metros finales. Esto recién empieza, vamos a mejorar con el trabajo”, me contó a la salida del vestuario local, con la misma calma con que pateaba los penales, con la misma mirada con la que nos dijo, en el vestuario de Boleteros, mientras gritábamos “Dale campeón” y nos abrazábamos como locos, aturdidos y emocionados, que ese era su último partido, que se retiraba campeón, que ya no tenía nada más que buscar en la cancha, que ya lo había encontrado, en su casa, con sus amigos.
     La segunda parte se fue como el sol de la tarde, detrás de los eucaliptos, lenta y tranquila, sin pausa hasta el pitazo final de Costantini, quien heredó de su padre no solo la capacidad para conducir un partido, sino también la virtud de pasar inadvertido.  
    Y así volví, como volvió Figueredo, al primer amor, a las canchas sin tribunas, o casi, donde se ven las caras de todos, y se escuchan todos los gritos; donde las pisadas, los remates y los cabezazos resuenan en todos los rincones; donde no hay palcos ni cabinas; donde hay que entrar en calor con pelotas viejas y esperar turno para ducharse; donde la camiseta no se cambia, porque tiene que durar todo el torneo.

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