Southowns United 0 vs 0 Deportivo Belgrano
Por Juan Gabriel Paz, para “Goleada informativa”
La tarde de José Baruch, árbitro del juego,
no me habilita a dudar de su honestidad. Sí de su coraje para afrontar
determinadas circunstancias que lo pueden erigir en protagonista, en lugar de
ayudarlo a pasar inadvertido.
En un encuentro que amaneció tranquilo, con
dominio en el mediocampo de los rojos locales y con pocas llegadas profundas,
el colegiado vio una mano en el área visitante. El centrodelantero Harada
ejecutó con violencia la pena, pero Cardozo desvió la pelota al arrojarse a su
izquierda. Ya el clima se estaba enrareciendo en el Ramiro I.
La segunda mitad comenzó con los de la play apretando en toda la cancha y
adelantando sus líneas. “Todas las dudosas son para allá”, se leía en las caras
de la parcialidad académica. Dudosa fue la falta de Pietrocola, que le costó la
roja, por segunda amarilla, a los 60. También nos pareció excesiva la segunda a
Sarravecea, cinco minutos después. Once contra nueve parecía predecir una
victoria local. Otra vez, como la semana pasada, Cardozo se revolcaba y
descolgaba centros. Hasta que Cirenti metió mano. Sacó al pibe Kostka, un tanto
liviano y displicente y en su lugar reforzó el mediocampo con Narváez. Así pudo
controlar un poco más las escasas posesiones de pelota. El volante pudo
asociarse (o al menos lo intentó) con el experimentado Rossi. Por unos minutos
lograron “entretener” el juego, pero los jóvenes del United siguieron atropellando, en todos los sentidos. Herrera entró
en la zaga en sustitución del lesionado Arzubialde, quien recibió una patada
descalificadora de Mc Connel, que salió impune. Arreciaba el ataque local. El
entrenador albiceleste optó por cambiar la estrategia. En lugar de incluir otro
defensor, puso a Gómez por Avirá, a los 75. El delantero, fuerte y pertinaz,
obligó a la defensa local a estar atenta a sus corridas por todo el frente de
ataque. Ir al choque, correr y meter son las especialidades del corpulento
atacante, que no desaprovechó esta primera oportunidad en el torneo.
Esos quince minutos finales me recordaron
la tarde del ´89, en cancha de San Isidro. Faltaban tres fechas y llevábamos un
punto al verde, que en su Coliseo quería encaminar el bicampeonato. Castro pitó
todas para el local. Cuando lesionaron a nuestro arquero y lograron la
expulsión de dos de nuestros defensores, comprendimos que estábamos ante la
tarde que definiría nuestra suerte. Benavídez, nuestro DT, maestro y amigo,
sacó a Rodríguez. El delantero había dicho en el vestuario, antes de comenzar
el partido, que si sacábamos un empate debíamos estar contentos. No era una jornada
para satisfacciones mediocres. Por él entró Garavaglia, un perro de presa que
no se guardaba nada. Jugamos media hora contra todo y contra todos. Ese punto
nos sirvió para mantener la diferencia y llegar bien hasta la fecha final para
ser campeones en Boleteros. Pero sobre todo sirvió para aprender que, para ser
un equipo de verdad, no solo hay que tener una buena estrategia de juego,
jugadores con calidad técnica y táctica y buen estado físico. Se necesitan
corazones que se entreguen a pesar de las adversidades; que sean capaces de
arriesgar el cuerpo y dejar hasta el último suspiro; que no teman pasar la
semana a media máquina, con hielo en las piernas; que pongan todo, porque ven
que el compañero se exige al máximo y con su esfuerzo nos anima y nos obliga a
ser como ellos. Esa tarde, nos recibimos de futbolistas.
El
cierre de la tarde en el Ramiro I nos entregó un mar embravecido chocando
contra las rocas. Los chicos de Southowns supieron que en el fútbol, a veces
dos más dos no es cuatro. Los de Belgrano, seguramente pueden mirarse a la cara
con respeto, gratitud y orgullo.
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