martes, 9 de junio de 2020

La Artificial

Ciclista Platense 0 vs 0 San Borombón


Durante la semana hubo algunos movimientos algo extraños en San Borombón. Eso me hicieron llegar mis fuentes dentro del club. Había varias versiones, que diferían en detalles, pero todas coincidían en que se había gestado una barra brava.

También me dijeron en la radio apareció gente rara preguntando por mí. Lo cual me llenó de curiosidad, pero también de miedo.

El domingo, después de unos buenos ravioles caseros hechos por la madre del Mosca, encaramos hacia el estadio de Ciclista Platense. Apenas nos acomodamos en la tribuna, se acercó un muchacho de camisa y corbata y preguntó en voz bien alta quien era Lamadrid. Tragué saliva y levanté la mano. Todos me miraron, el muchacho también.

- Vení con nosotros que te estamos esperando.

El Mosca me miró sorprendido y amagó a acompañarme. Con un movimiento de mi mano sobre su hombro le indiqué que se quedara tranquilo. Bajé siguiendo los pasos de este tipo hasta donde se juntaban unos cuarenta hinchas vestidos con la camiseta del Monaguillo. Atravesamos esa pequeña marea de personas hasta llegar al centro, donde nos estaban esperando dos tipos. Al pasar, los hinchas me miraban con cierta hostilidad, pero se corrían con amabilidad para dejarme pasar.

Estos dos tipos estaban parados mirando el campo de juego porque habían salido ya los equipos. Los hinchas de alrededor gritaban y cantaban canciones populares que nada tenían que ver con el folklore futbolero. En el momento que llegué junto a estos dos sujetos, quienes parecían ser los lideres, los barras cantaban un tango que no recuerdo el nombre pero que se lo escuché entonar a Julio Sosa.

Uno de estos hombres vestía camisa y saco sin corbata. Me tendió la mano sin presentarse. El otro vestía camisa, corbata y chaleco y se presentó.

- Renzi, Emilio. Mucho gusto. Este es mi hermano, Ricardo.

Estreché su mano.

- Queríamos conocerte. –me dijo Emilio. - Queremos que hables de nosotros en la radio. No queremos que se nos prejuzgue.

- ¿Cómo es eso? –pregunté.

Ricardo, quien hasta ahora no había abierto la boca, le susurró al oído a Emilio. El partido ya había empezado.

- Claro. Todo el mundo siempre tiende a hablar mal de los barras. Nosotros somos distintos. Nos llamamos “La Artificial” porque somos verdaderos hinchas. Pagamos la cuota del club, las entradas, el transporte, toda la logística es autogestiva.

Quedé sorprendido ante tamaña declaración de principios. Ricardo siguió apuntándole cosas al oído a su hermano. Me preguntaba si acaso sería mudo, porque parecía comunicarse mediante susurros y siseos. Entre los dos había una conexión que iba más allá de la fraternidad, parecían complementarse en forma perfecta. Continuó Emilio:

- Es más, nos pusimos a disposición del presidente del club. Si acaso podíamos contribuir a ayudar, que contara con nosotros. Pintar las paredes, arreglar los baños, demás tareas de mantenimiento, colaborar en todo lo que podamos.

Sinceramente quedé sorprendido ante todo esto. Mientras charlábamos no dejamos de mirar el partido en ningún momento. Emilio me había confesado que amaba a San Borombón, pero que por sobre todas las cosas amaba el juego. Le gustaba el técnico, me dijo que Sibaro plantaba bien el equipo. Que, a pesar de ser aguerrido, nunca dejaba de ser táctico y de buscar la belleza.

El partido seguía ahí en el campo de juego. Ferrarichi, el 4 de San Borombón, tuvo una tarde gloriosa. Tapó todas las pelotas y todos los avances del local, fue preciso en los pases y se proyectó al ataque siempre con la misma seguridad con la que defendía. Mereció el gol, metió un zapatazo desde afuera del área que se fue cerca del segundo palo.

- También tenemos pensado poner en el club una biblioteca popular. Se va a llamar Borges, en honor a un barra viejo que fue como nuestro padre y que ya falleció. –dijo Emilio Renzi.

- ¿Era ciego?

- Si. ¿Lo conociste?

Negué con la cabeza.

Lo miré. Yo estaba más que sorprendido. Me estaban cayendo bien estos tipos, me gustaba estar ahí entre ellos. El miedo ya había desaparecido y estuvimos hablando de futbol. De lo bueno que era Mori, de lo generoso que era nuestro 9. Me dijeron que tenían buena relación con el arquero Ceferino Cortés.

¿El partido? Terminó igualado en cero. A San Borombón no le cobraron un penal muy claro. Mori tuvo un partido para el olvido y terminó rengueando, mala señal para el generador de juego del equipo.

Cuando terminó el partido, los hermanos Renzi me sumaron a un brindis ahí en medio de la tribuna. Emilio me rodeó los hombros con el brazo que no sostenía la copa y dijo:

- ¡Por La Artificial, por la belleza del juego y por Borges, salud!



Nacho Lamadrid



Homenaje al crack de Ricardo Piglia, uno de los mejores jugadores de nuestra Literatura.

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