martes, 12 de mayo de 2020

El Fugitivo

Deportivo Sueco 1 vs 2 San Borombón


Hilario me había citado en su oficina, quería saber como me sentía trabajando en la radio y me había extendido una tarjeta de papel arrugada.

- Andá a ver a este amigo mio. Es un nuevo auspiciante de la radio. Quiere conocerte, me dijo.

En la tarjeta de color blanco solo se podía leer un nombre y una dirección.

Sr. Morel

Adolfo Bioy Casares 1940.


Busqué la dirección en una vieja guía Peuser y decidí ir caminando. Era cerca, me encontraba a unas ocho cuadras.

Allí me encontré con un galpón enorme. Golpeé un portón de chapa. Esperé poco más de un minuto y cuando iba a insistir, se escuchó desde adentro a alguien descorrer unas cadenas. La puerta se abrió y se asomó un hombre vestido de guardapolvo y con gafas de protección. Me invitó a pasar y me extendió la mano.

- Morel, mucho gusto. –dijo practicando una sonrisa.

Caminamos entre máquinas conectadas y tapadas por lonas. Me contó que eso era un laboratorio y que estaba llevando a cabo un nuevo experimento. Me lo explicó muy vagamente. Creo que no me dio detalle del asunto, tal vez porque yo no entendería de que se trata o porque él no quería revelarlo. Pero, a pesar de esa negativa, no dejó de ser amable en ningún momento y me condujo a una sala pequeña para invitarme un café.

Allí me dice que le gustan mis publicaciones pero sobre todo el hecho que yo sea una persona reservada, que eso le había dicho Hilario. Él necesitaba saber si podría llegar a interesarme escribir una especie de biografía suya y del experimento que estaba llevando a cabo. Le dije que si, de inmediato. Todo me parecía misterioso y me despertaba mucha curiosidad.

Sonrió y volvió a estrecharme la mano. Me pidió que lo esperara, que ya volvía y desapareció tras una puerta.

Pasó un tiempo que no sé cómo medir. Me cansé de esperar y salí a buscarlo, quizás le había pasado algo. Volví hacia el portón por donde habíamos ingresado. A mitad de camino vi una pantalla encendida en una de esas máquinas tapadas por lonas. Me acerqué y en ella se podía ver una especie de película que se repetía una y otra vez. Ahí pude ver a una mujer, con vestido y lentes oscuros, caminando bajo el sol por un espacio abierto. En un momento de la reproducción ella se detuvo, la cámara se acercó. En ese primer plano la mujer miró a cámara, se bajó los lentes y descubrí en su rostro, las facciones de Brenda.

No puede ser, pensé. En la mirada de Brenda se podía ver una sonrisa que le atravesaba toda la cara pero en sus ojos solo se podía percibir terror.

Me asusté y empecé a retroceder. Mi espalda chocó contra algo y al darme vuelta, vi que se trataba de una persona enfundada en un traje hermético, como esos que se usan en épocas de epidemias o en laboratorios. Me volví a asustar y corrí hacia la puerta. Quité las cadenas del portón y salí corriendo.

Recién dos cuadras más adelante, y cuando por fin aminoré la marcha, me di cuenta que inexplicablemente ya era de noche. Volví caminando ligero a la casa de El Mosca.

Entré en silencio porque todos dormían.


El domingo jugaba San Borombón en la cancha de Deportivo Sueco. Me había llegado por mail toda la información. Imprimí las acreditaciones y me dirigí al estadio a pie. El Mosca estaba con un trabajo fuera del pueblo y no sabía si llegaba la hora del partido.

Entré al estadio sin problemas. La cancha era bastante más imponente que la de San Borombón. Se notaba que había más dinero en la institución. Me ubiqué cerca de algunas caras conocidas y saqué mi cuaderno.

Salieron los equipos. Recibimos al Monaguillo con los cantitos de siempre y con la misma alegría.

En el medio de la multitud, ví al Mosca subir por las gradas, que usaba su mano como visera para buscarme. Una vez que me encontró, sonrió y se sentó rápido a mi lado. Me gritó por sobre los gritos de la hinchada:

- Llegué justo a tiempo, fugitivo.

- ¿Qué? ¿Cómo me llamaste? –le pregunté sorprendido.

El Mosca no me respondió.

A los 15 minutos, un contrataque de San Borombón logró la sanción de un penal. Festejamos de pie la resolución del árbitro. La jugada partió de la zurda mágica de Mori. Éste le dio un pase en profundidad a Falduto, que corrió hasta el fondo y tiró un centro al área por abajo. La pelota entró picando al área y Gabriel Paz, que entraba en su posición de numero 9, buscó la pelota y se encontró con las piernas del arquero Jensen que lo derribó categoricamente.

El que cambió penal por gol fue Mori, que de zurda la clavó al ángulo. Gol, festejos, insultos y abrazos en la tribuna y en el campo de juego. Mori miró a la tribuna y se besó el escudo cosido en el pecho de la camiseta.

Mientras tomaba nota, una sombra pasó sobre mí. Al levantar la vista ví a una mujer que se alejaba hacia mi derecha. Cuando mi vista logró enfocarla, vi que era Brenda vestida exactamente igual que en aquél video en el galpón de Morel.

Me puse de pìe y fui tras ella. Desapareció por un acceso. En el apuro casi me maté porque me llevé por delante el bastón blanco de un viejo ciego. El señor me puteó.

Cuando salí por el acceso, Brenda ya no estaba. Encaré para el único sentido posible, hacia la salida. Apuré el paso y terminé corriendo. La busqué a la sombra bajo las tribunas y no la pude encontrar. Al mirar hacia arriba, vi su mano y su hombro asomarse por sobre el hueco de otras escaleras. Ella subía ligero. Subí frenético al borde del colapso. Alcancé la cima e ingresé nuevamente a la tribuna.

En ese preciso momento escuché una explosión. Gol de Deportivo Sueco. En la cancha todos los jugadores locales corrían a abrazar al 11, al jugador Danielsonn. Maldije el empate hasta que, hacia la izquierda en la tribuna vecina, volví a ver a Brenda. No podía alcanzarla sin tener que bajar y subir escaleras. Lo hice, agitado, al borde del colapso. Al pretender subir a la tribuna donde había visto a Brenda, me topé con una reja que me impedía el acceso. Insulté y pateé el metal. Me quedé sentado allí un rato tratando de recuperar el aliento. Escuché el pitazo final del primer tiempo y decidí volver a mi lugar original en el estadio.

Cuando llegué, el segundo tiempo ya había empezado. El Mosca me preguntó si estaba todo bien. Le respondí que si. Pero en realidad no sabía que pasaba. Me hubiera gustado que esa locura fuera un sueño, como ese que tuve en el living del Mosca delante de Brenda y sus padres.

Los Rayados hacían pesar su localía y atacaban con muchos hombres. San Borombón se mantenía abroquelado en el fondo, esperando la oportunidad de meter un contragolpe y buscar el resultado. Ricardo Síbaro había parado al equipo visitante controlando el centro del campo de juego y liberaba a los laterales, quienes eran los encargados de avanzar furtivamente al arco rival.

Cuando el partido ya se caía al empate inexorable, volví a ver a Brenda parada junto al acceso por el que ambos habíamos desaparecido la primera vez. La observé detenidamente. El viento flameaba en su vestido. Parecía serena, ausente.

De repente una nueva explosión. Gol de San Borombón y Mori corrió festejando hacia el banco y se abrazó con un jugador suplente, que creo era Rojas. Gritamos eufóricos. Festejamos el gol sobre la hora y sufrimos los últimos cuatro minutos de partido como siempre.

El arbitro pitó el final. El Mosca me abrazó y me sacudió a lo bestia como siempre.

Brenda ya no estaba allá en la tribuna.

Mientras salíamos de la cancha, le pregunté al Mosca por su prima.

- Ni idea. Anda media desaparecida la piba.


Nacho LaMadrid

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