martes, 9 de junio de 2020

Ser

Cantegriles 1 vs 2 San isidro


Por Juan Gabriel Paz, para Goleada Informativa

Torneo de Primera División


La tarde gris del domingo, en el Tambillo colmado tanto con simpatizantes del local como del visitante, nos entregó un espectáculo intenso y bien jugado. No podíamos esperar otra cosa de uno de los punteros y del actual campeón.

La primera parte fue muy atractiva, ya que ambos equipos se lanzaron al ataque y descuidaron un tanto sus defensas. Así, a los 23 minutos el local abrió la cuenta con una escapada del lateral Sugamele quien, tras un par de bien logradas paredes con Scazzini y Fassotti, definió a ras del piso al segundo palo del experimentado Brennan. El verde sostuvo su postura y el encuentro continuó siendo de ida y vuelta. Los volantes González, Iacobucci y Abad fueron precisos y lograron acercar la pelota al extremo Nefrune, que tras un par de tiros fallidos puso igualdad en el marcador con un derechazo fuerte y alto al palo del portero tricolor. Iban 41. Con el empate se fueron al descanso. Para la segunda mitad, el entrenador de San Isidro, Antonio Laas, dispuso el ingreso desde el vestuario del hábil Félix Páez. El número 15 se adueñó de la pelota y encabezó todas las jugadas, que sus compañeros, por impericia propia o por la capacidad del golero Tomás Romegueni, no acababan en gol de la visita.

A los 83 minutos, Páez gambeteó a Aguado y a Moneta y, al ingresar en el área, fue derribado por Lucero. El árbitro Nicolás Lema cobró penal, y el propio Páez se dispuso a rematarlo. Sin embargo, el jugador designado para ejecutar la infracción era Abad, por lo tanto se produjo un altercado entre ambos, quienes forcejearon para quedarse con la pelota. Ese hecho inesperado fue utilizado por los defensores locales para conversar con el árbitro y de paso distraer a los rivales que se peleaban por obtener el botín de gajos que podía darles la victoria.

Aprovechando la demora en la ejecución, un miembro de la Comisión Directiva de Cantegriles que observaba el partido a mi lado, en la platea, me contó que el arquero Romegueni y Páez habían tenido un enfrentamiento personal, por una cuestión “de polleras”. El arquero, sencillo trabajador de una fábrica del pueblo, había coqueteado con la novia del volante, famoso habitué de confiterías bacanas y playas de moda. El dirigente señaló la tribuna visitante y pude divisar a una joven rubia, de lentes negros y llamativas prendas de última moda.

Esa historia me recordó la que vivió mi compañero Carlos Lugones, fuerte y elegante zaguero de Agropecuario en el equipo campeón del ’89. Cacho era alto, musculoso, siempre bien peinado y prolijo. Era un señor dentro de la cancha y fuera de ella también. Trabajaba en el ferrocarril. Cierta vez, conoció a una señorita, sobrina de un acaudalado empresario de la zona. Llamémosla Susana. Susana tenía un rostro bellísimo y una figura admirable. Tenía en sus manos la delicadeza de quien nunca tuvo que mancharlas con tierra ni lejía. Tenía una musicalidad al hablar, un garbo al caminar. Tenía siempre los tapados y carteras que vendían en los locales chic de Capital. Susana tenía. Ella era la novia del hijo de un rico hacendado. El muchacho, llamémoslo Héctor, paseaba su ancha espalda por las costas de Francia o sobre sus caballos de pura sangre. Tenía toda la altanería que su billetera le permitía tener. Nadie sabía del romance entre Carlos y Susana, excepto los pocos amigos que él tenía en el equipo, entre los que me contaba. En una ocasión, Carlos se presentó en una reunión en la que estaban Héctor y Susana. Con coraje y con la confianza que le daba sentirse elegido por ella, le espetó al bacán que Susana no lo quería más, y que lo prefería a él. La miró con seguridad, esperando la aprobación que diera por concluido el triángulo, pero Susana bajó la cabeza, lagrimeó cobardemente, y escapó corriendo. Héctor, enfurecido, lo insultó y le dio un puñetazo en el pómulo. Carlos vio a Susana escapar y entendió que no tenía sentido responder a la agresión. Héctor volvió a insultarlo y a tratarlo de cobarde, y se fue tras Susana. Supimos luego que se casaron pero sus aventuras en el jet set acabaron en negocios que se cruzaron con la justicia. Él arrastró su decadencia entre mujerzuelas y alcohol, ella huyó a España. Por su lado, Carlos conoció a Raquel, la mejor amiga de su prima. Raquel era delgada, de pelo castaño claro y ojos negros. Era trabajadora y sencilla, cariñosa con todos, especialmente con su Carlos. Raquel era. Al final de ese año, se fueron al campo, para ser felices.

Finalmente, Páez se adueñó de la pelota y pateó. Romegueni fue hacia su derecha. La redonda entró despacito junto al palo izquierdo. El goleador le gritó el gol al arquero y salió corriendo hacia la tribuna del verde, mientras se besaba el escudo, apretado por el puño izquierdo y señalaba con el índice de la mano derecha hacia la rubia de lentes negros.

Y el muchachito bueno se quedó sin la chica hermosa. Como casi siempre. Aunque no creo que esa represente una gran pérdida.

No sé si habrá una Raquel para el bueno de Romegueni. Lo que sí sé es que siempre es mejor ser que tener.

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