Monte Azul 1 vs 1 San Isidro
La tarde del domingo se presentaba propicia para ver un
partido entretenido en el “Mateo Bischoff”. El local movía la pelota de extremo
a extremo en su búsqueda de espacios para penetrar la defensa de San Isidro. La
apertura del marcador llegó a los 31 minutos, tras un desborde de Ponce, cuyo
centro fue conectado de cabeza por Jaramillo. A partir de ese momento, el verde
intentó salir a buscar el empate, pero con pocas luces.
En la segunda
etapa, el técnico Antonio Laas modificó el parado de su equipo en cancha y pudo
verse una mejor circulación de la redonda. El elenco de Juan Ignacio Torrente apostó
al contragolpe para definir el encuentro. González fue profundo por derecha y Paz,
por la otra banda, desequilibró permanentemente a Haedo, quien sufrió la tarde.
Nahuel Cabrera ingresó en la visita para aportar regates y pases cortados que
dieron buen resultado, ya que puso a Coronel dos veces cara a cara con Peck,
aunque el golero se mostró muy afilado con sus tapadas, como siempre. Abad, por
su parte, empujó con insistencia y complicó a Bischoff y a Barros por su
sector. Sus jugadas recibieron como premio el gol del empate, por un remate
suyo desde afuera del área, a los 62 minutos.
Benítez ingresó en
el local para refrescar el mediocampo. El hábil volante fue protagonista de la
jugada clave del match. Iban 85
minutos de juego cuando el del dorsal 16 encaró en velocidad y, tras gambetear
a Jeantet y a Merlo ingresó en el área. Anchorena, poco sutil según su
costumbre, le salió al cruce y el mediocampista cayó aparatosamente. Sin
vacilar, Obadías pitó y corrió hacia el área mientras señalaba con su índice el
punto del penal. Todos los jugadores de San Isidro corrieron a rodear al juez,
incluso alguno pareció empujarlo e insultarlo, lo prepotearon, “se tiró,
Obadías“, en medio del griterío de la parcialidad visitante que había visto con
claridad que el mediocampista se había llevado por delante el pie del defensor,
que estaba bien plantado en el piso antes de que el botín derecho de aquel se tropezara con el del marcador.
Benítez se levantó lentamente, se acercó al árbitro y con voz pausada le dijo:
-Está bien, jefe, no fue nada. Me tropecé yo. Es saque de
arco.
Todos los
circunstantes lo miraron boquiabiertos, incluso el referí, que creía que ese
penal estaba bien cobrado y manifestaba su fama de estricto juez.
Nicasio Benítez tenía
un amplio recorrido por la Liga Gonzalense. Había jugado en Boleteros, Internacional
y Deportivo Sueco, siempre protagonista de buenas campañas. Jugaba bien, hacía
jugar y convertía, aunque su punto débil era el carácter. Protagonizaba todos
los entreveros, se burlaba de los rivales, fingía faltas, sobre todo dentro del
área, que motivaban grandes discusiones y altercados. En la anteúltima fecha de
la temporada 2017 había generado una batahola en el partido con Cantegriles, papelón
que había llegado hasta las pantallas de la televisión capitalina. Por ese
episodio, había decidido retirarse a un pequeño pueblo de La Pampa, algunos
dicen que alertado por amenazas. Allí se enlistó en el conjunto local, y
disputó las dos temporadas siguientes. Tenía como compañero de equipo a un
jovencísimo atacante, de nombre Rodrigo Suárez, que atraía la atención de los
representantes, quienes buscaban colocarlo en algún club del profesionalismo.
Benítez se encariñó con el jovencito, de suerte que decidió apadrinarlo: lo
protegía, lo aconsejaba, incluso le regaló una bicicleta para que no tuviera
que caminar hasta la lejana cancha donde entrenaban. El pibe le recordaba a su
hermanito, pobre Danielito…
Habían llegado a
las semifinales del torneo 2019, contra el clásico rival del pueblo vecino. En
el partido de ida, como locales, habían ganado dos a uno. Rodrigo había
convertido los dos goles y ya su nombre sonaba en los teléfonos de Buenos
Aires. Benítez, fiel a su conducta habitual, había enloquecido a los rivales,
no solo con gambetas y lujos, sino sobre todo con su lengua viperina. Cuando
regateaba rivales, se reía de ellos; si lo derribaban, se reía y también
insultaba. Se la juraron. En la revancha, redobló la apuesta y, con coraje,
afrontó las arteras patadas, sin callarse ni esconderse. Con el cero a cero
pasaban a la final, pero el ambiente estaba muy tenso. Ya la inquina de los
locales se había extendido hacia todos los jugadores visitantes, que estaban
sufriendo en sus tobillos y pantorrillas la furia de sus adversarios. A poco
del cierre, Benítez encaró por el centro y antes de recibir el guadañazo tocó a
Rodrigo. El chico controló y encaró. Benítez, desde el suelo, vio cómo un
defensor, volando como artista marcial, acertó con sus tapones en la cadera y
el muslo del pibe. Lo rompió. Tras eso, los consabidos gritos, insultos,
empujones y tarjetas rojas.
En la mañana del
día del partido con San Isidro, Benítez había llamado por teléfono a Rodrigo.
El pibe estaba en su pueblo, descansando de los reiterados viajes a Santa Rosa
para tratar su maltrecho cuerpo. “No sé, Nicasio…me duele mucho. Me dijo el
médico que no voy a poder seguir jugando…”.
-¿Estás loco, Nicasio? –le recriminó su compañero Mónera-
¡Si metemos el penal salimos del fondo!
-No te hagas mala sangre, Mateo. Hay cosas peores…
En la tarde del
domingo del empate entre azules y verdes, el artista del juego, farsante del
área, saludó por última vez desde el verde escenario.
Gabriel Paz
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